Cada año, cuando la Semana Santa cubre de solemnidad los pueblos y ciudades del Perú, el país entero se detiene para vivir uno de los momentos más conmovedores del calendario cristiano: el Viernes Santo. Más allá de un rito religioso, esta jornada se ha convertido en una manifestación viva de la espiritualidad peruana, tejida con hilos de fe, dolor, silencio y tradición.
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El Viernes Santo conmemora la pasión y muerte de Jesucristo en la cruz, acto que, según la doctrina cristiana, representa el sacrificio supremo por la salvación de la humanidad. En el Perú, esta fecha adquiere una dimensión profundamente simbólica, en la que se entrelazan el fervor católico y la identidad cultural de un pueblo que, desde los Andes hasta la costa, expresa su devoción de múltiples formas.
Viernes Santo en Piura
En la región Piura, la celebración de la Semana Santa es una de las manifestaciones de fervor religioso más conmovedoras que pueden apreciarse en Perú, sobre todo, en el distrito de Catacaos donde la población expresa su devoción cristiana católica, su herencia prehispánica y su afirmación de tallanidad como arraigados símbolos de identidad, fundamentos que le valieron ser declarada Patrimonio Cultural de la Nación.

Durante estas fechas se vuelve especialmente relevante la figura del Doliente, quien ofrece los tradicionales siete potajes a base de pescado a miles de visitantes que llegan a la Villa Heroica. Además, también cobra protagonismo la Hermandad de Caballeros del Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo.
En otras regiones
En localidades como Ayacucho, Cusco o Junín, miles de fieles se congregan para participar en el Vía Crucis, una representación del camino de Cristo hacia el Calvario. Son catorce estaciones marcadas por la introspección y la solemnidad, donde cada paso se convierte en una plegaria, y cada silencio, en un grito de fe.
Otra imagen que se repite a lo largo del país es la de la adoración a la cruz. En templos y plazas, los creyentes se acercan con respeto reverencial para besar la cruz, símbolo del amor redentor de Cristo. Las ceremonias se acompañan de lecturas del Evangelio, cantos litúrgicos y oraciones comunitarias, que invitan a meditar sobre la entrega y el perdón.
Pero el recogimiento espiritual no se queda en los templos. En los hogares, el ayuno y la abstinencia de carne también marcan la jornada. Además, en señal de penitencia, las familias optan por preparar platos a base de pescado y vegetales. En Cusco, por ejemplo, se mantiene viva la tradición del banquete de los doce platos, que representa a los doce apóstoles y la Última Cena. Esta costumbre no solo honra la memoria de Cristo, sino que también celebra la riqueza culinaria de la región andina.
Un llamado a la reflexión
El Viernes Santo es mucho más que un día de luto o de dolor: es un llamado a la introspección. En cada oración, en cada paso del Vía Crucis, en cada acto de ayuno o veneración, los peruanos renuevan su compromiso con los valores del Evangelio y encuentran, en medio del sufrimiento de Cristo, un espejo para revisar su propia vida espiritual.
En un país donde la religiosidad popular es parte fundamental de la identidad colectiva, el Viernes Santo se transforma en un acto de comunión nacional. Porque al recordar la muerte de Jesús, los fieles no solo reviven una historia sagrada: también afirman su fe, su cultura y su pertenencia a una tradición que, siglo tras siglo, sigue latiendo con fuerza en el corazón del Perú.



