“Él me lo dijo, mamita: esta es la última vez que voy a la mina”. Con la voz quebrada y los ojos inundados de dolor, Blanca Panta repite una frase que se ha convertido en una daga clavada en su alma. Su hijo, Darwin Javier Cobeñas Panta, de 31 años, fue uno de los trece trabajadores asesinados en la tragedia que ha estremecido al país: la masacre en la mina La Poderosa, en el convulsionado distrito de Pataz, región La Libertad.
Darwin partió a su último turno con la esperanza de mejorar la situación de su familia, tras años luchando por sostener su hogar desde que falleció su padre hace más de dos años. Lo que no sabía era que ese viaje sería el definitivo. “Tenía solo unos meses trabajando ahí, y aunque me decía que lo cuidaban, yo sentía algo. Le pedí que no fuera”, recuerda su madre desde el humilde caserío Dos Altos, en el distrito de La Unión, donde hoy velan sus restos entre flores, rezos y un profundo clamor de justicia.

Mientras decenas de vecinos se acercaban a darle el último adiós, la escena más desgarradora se vivió cuando Blanca Panta abrazó la foto de su hijo junto al ataúd. Entre sollozos, dejó escapar un lamento que conmovió a todos los presentes: “Ay hijo de mi vida, ay mi gordito, ¿por qué te hicieron esto? Te hubieran pegado por allí, pero no te hubieran matado. Tú querías tener todo para darnos”.
Abandonados por la empresa
Blanca no solo enfrenta el dolor de una pérdida irreparable, sino también el abandono. Denuncia que ni la empresa R\&R, para la que laboraba su hijo, ni representantes de la mina La Poderosa se han comunicado con su familia para apoyarlos en los gastos fúnebres. “Ni una llamada, ni un mensaje. Nada. Como si no valiera la vida de mi hijo”, lamenta. A esto se suma el drama de no contar con recursos para cubrir los gastos del sepelio, que se realizará este miércoles 7 de mayo a las 9:30 de la mañana.
Última conversación
Tania Cobeñas, hermana del joven asesinado, recuerda con tristeza la última conversación que tuvieron. “Nos dijo que, si no salía ese día, no nos preocupáramos, que era normal que se demoren. Pero los días pasaron… y fue por redes sociales que nos enteramos de la masacre. Así supimos que mi hermano estaba entre los desaparecidos”.

El cuerpo de Darwin fue hallado el 4 de mayo, junto al de otros 12 trabajadores, en un socavón de la mina. Todos fueron víctimas de un ataque armado perpetrado por bandas criminales que operan con impunidad en Pataz, donde la minería ilegal ha sembrado terror. Hoy, en Dos Altos, el dolor es inmenso. Pero más grande es el grito de su madre: “¡Que su muerte no quede impune!”
Darwin Cobeñas ya no volverá. Pero su historia —la de un joven trabajador, hijo, hermano y sostén de hogar— representa a miles de peruanos que exponen su vida en condiciones inseguras, con la esperanza de construir un futuro mejor. Hoy su familia, vecinos, amigos y su madre no solo lloran su partida: exigen justicia.