La violencia en altamar cobró una nueva víctima. Richard Silva Ancajima, un buzo artesanal piurano, de 42 años, fue brutalmente asesinado por piratas frente a las costas de Puerto Pizarro, en Tumbes, en un nuevo ataque que evidencia la desprotección que sufren los pescadores del norte del país.
Silva, natural del centro poblado de Monte Redondo, en el distrito de La Unión, en el Bajo Piura, salió a trabajar en su embarcación la mañana del miércoles. Horas más tarde, su cuerpo sin vida fue hallado por pescadores locales, flotando en aguas fronterizas, con impactos de bala que confirmarían un violento asalto perpetrado por bandas criminales que operan en altamar, presuntamente en jurisdicción ecuatoriana.
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Testigos relatan que piratas fuertemente armados interceptaron al pescador y lo despojaron de sus herramientas de pesca, pertenencias personales y, finalmente, le dispararon sin piedad. Otra persona habría resultado herida, aunque hasta el cierre de esta edición no se ha revelado su identidad.
El crimen de Richard —padre de cinco hijos y conocido cariñosamente como “Cholito” o “Cocoa”— ha generado una ola de indignación en la comunidad pesquera de Tumbes y Piura. Sus compañeros lo recuerdan como un hombre trabajador, que contribuía diariamente a la economía local extrayendo especies marinas como langosta, mero, ojo de uva y lenguado, productos valorados en los más prestigiosos restaurantes del país.
Exigen patrullaje
“Estamos abandonados. ¿Dónde está la Marina? ¿Dónde está el Estado?”, clamaron los pescadores en el muelle de Puerto Pizarro tras conocerse el asesinato. Exigen patrullaje permanente en altamar y presencia aérea que permita disuadir a las bandas delictivas que operan libremente en la frontera con Ecuador.
Silva Ancajima era hermano del juez de paz de Monte Redondo, Óscar Silva Ancajima. Su familia y amigos exigen justicia.
Este crimen no es un hecho aislado. Desde hace meses, pescadores denuncian asaltos, extorsiones y desapariciones en el mar, ante la mirada indiferente de las autoridades. Mientras tanto, los verdaderos guardianes del océano —los propios pescadores— siguen pagando con su vida el precio de la desprotección estatal.
