El dolor de una madre estremeció a todo el Bajo Piura. “Ay, hijo de mi vida, nos dejas llorando. Te vamos a extrañar”, gritó doña Blanca Panta abrazada al ataúd de su hijo Darwin Javier Cobeñas Panta, de 31 años, una de las víctimas de la masacre ocurrida en el distrito de Pataz, región La Libertad.
El cortejo fúnebre partió la mañana del miércoles 7 de mayo desde el caserío de Dos Altos, en el distrito de La Unión, rumbo a la casa de su hermana Tania, donde el llanto y la indignación marcaron el ambiente. Luego, acompañado por una multitud, Darwin Cobeñas fue llevado al cementerio San José de La Arena, donde fue sepultado entre globos blancos y promesas de no quedarse callados.
Los familiares, acompañados por vecinos, exigieron con firmeza la captura de los responsables de esta matanza que ha cobrado la vida de trece personas. «El pueblo necesita respuestas, señora presidenta», reclamó con voz quebrada su madre, cuestionando la falta de acciones del Gobierno y criticando duramente la intención de duplicar el sueldo presidencial mientras las familias lloran a sus muertos.
Del mismo modo, la familia confirmó que ningún representante de la empresa minera vinculada al caso se ha comunicado con ellos, lo que ha incrementado el malestar de la población. Ante esta indiferencia, los vecinos no descartan convocar a un paro en el Bajo Piura si no se obtiene justicia en un “plazo prudente”.
La masacre de Pataz no solo dejó trece víctimas mortales, sino también trece familias rotas, comunidades heridas y un país que sigue esperando respuestas.