Tras la muerte del papa Francisco, la Iglesia católica se embarca en uno de sus ritos más antiguos y enigmáticos: el Cónclave. En la Capilla Sixtina, cardenales de todo el mundo buscarán al nuevo líder espiritual número 267 de más de 1.300 millones de fieles.
Este proceso, casi inalterado desde hace siglos, reunirá a los cardenales menores de 80 años en el Vaticano para elegir al próximo pontífice. La elección se realiza bajo estricto aislamiento en la Capilla Sixtina, donde el silencio, la oración y la votación marcarán el rumbo de la Iglesia.
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Todo comienza con una misa especial, la Misa Pro Eligendo Pontifice. Luego, los cardenales son encerrados “bajo llave” —de ahí el nombre conclave— sin contacto con el exterior. Durante el encierro, se llevan a cabo varias rondas de votación secreta. Cada purpurado escribe en una papeleta el nombre de su candidato ideal. El proceso puede durar varios días, ya que requiere una mayoría calificada para alcanzar el consenso.
Una señal al cielo y al mundo
Tras cada votación, las papeletas se queman en una estufa especial. Si el humo que emerge es negro, significa que aún no hay acuerdo. Pero cuando el humo blanco se eleva sobre la Capilla Sixtina, el mundo entero contiene la respiración: un nuevo Papa ha sido elegido.
El elegido, tras aceptar su designación, debe escoger un nombre papal. Es entonces vestido con la túnica blanca y conducido al balcón central de la Basílica de San Pedro, donde se presenta con la célebre frase: Habemus Papam.
Este anuncio es transmitido en vivo y seguido por millones de personas alrededor del mundo, a través de medios de comunicación y redes sociales.
Fe, tradición y decisión
El cónclave es mucho más que una elección: es un símbolo de continuidad espiritual, de reflexión y responsabilidad. Aunque el procedimiento es antiguo, conserva su relevancia en una Iglesia que enfrenta desafíos modernos.
Con la partida del papa Francisco, quien lideró importantes reformas desde 2013, los ojos del mundo se vuelven una vez más hacia Roma. La elección del nuevo pontífice no solo marcará el inicio de un nuevo papado, sino que definirá el rumbo espiritual, moral y social de la Iglesia católica en los años por venir.